Hay tres formas básicas para cambiar nuestro sistema alimentario. La primera es comer de manera diferente, centrándonos en consumir productos saludables, especialmente plantas y frutas frescas. La segunda es gestionar el cambio en nuestro entorno convirtiéndonos en agricultores o ayudando a otras personas a comer mejor. Y la tercera es la más difícil: cambiar el sistema que gobierna todo, en especial la producción y comercialización de alimentos. Esto significa cambiar las teorías económicas y las prácticas políticas, y de hecho la naturaleza del propio capitalismo. Y por lo visto esto no va a ocurrir pronto.
Sin duda, la alimentación en Panamá es un asunto partidista al haberse politizado la canasta básica y convertido el tema de los precios de alimentos en agenda central del gobierno. Sin embargo, no existen políticas para resolver problemas trascendentales como los estragos que causa la agricultura en el medio ambiente, la desigualdad de ingresos en el campo y el uso indiscriminado de plaguicidas.
Es predecible conocer lo que piensan nuestros políticos sobre estos temas, al no haberlos debatido siquiera en las provincias y circuitos más afectados por la desatención del agro. Es más, si saben que estás a favor de los productores, te tildan de desfasado; y si estás del lado de los importadores, te señalan como antinacionalista. Por eso, el gobierno de Varela ha necesitado ser radical en esta materia, independientemente de que esté nadando contra la corriente porque tarde o temprano tendrá que reconocer que su política de regulación de precios trastocó las fuerzas del mercado y promovió aún más el abandono de la actividad del campo.
Tristemente, no hemos tenido gobernante en los últimos cuarenta años que haya diseñado y ejecutado una estrategia para mejorar las vidas de los agricultores y poner la alimentación como una agenda del país. Pienso que el último que hizo algo al respecto fue Chinchorro Carles, cuando en la administración Robles como ministro de Comercio y Agricultura desarrolló una política visionaria de exportación de banano, sal, azúcar, arroz, madera, frutas y carne de res.
Desde esta perspectiva, quizás la mayor sorpresa de estos primeros quince meses del actual gobierno sea el desempeño del ministro Arango en el ramo del MIDA, un productor exitoso y que trabajó muy duro para posicionar la industria porcina nacional, pero que como funcionario no ha recibido el apoyo del gobierno central ni ha podido revertir la curva decreciente en el sector.
La verdad es que estamos empezando a ver el poder político de los alimentos como un problema. Y para muestra, un botón. Los resultados del Estudio de Dieta Total de Panamá 2013, publicado recientemente por el MINSA, indican que más de la mitad de la población padece de sobrepeso y obesidad. Por eso sorprende que ninguna autoridad haya propuesto un impuesto nacional a la soda o creado una norma de etiquetado de advertencia para todos los alimentos genéticamente modificados. Por supuesto, nosotros sabemos que debajo de la mesa corre dinero de parte de muchas empresas beneficiadas que no reparan en aceptar las ocho mil vidas que se pierden por año a causa de enfermedades no transmisibles como la hipertensión, diabetes y cáncer.
Es lamentable que como sociedad no les hayamos pedido a los candidatos en las pasadas elecciones su posición con respecto a temas relacionados con la comida. Nadie sabe, por ejemplo, qué piensan los diputados sobre la eliminación de antibióticos en la cría de animales, la comercialización de comida chatarra a los niños u otros temas de importancia para la salud pública. Es nuestro deber ahora impulsar el debate y comenzar a exigir compromiso y posturas a cada uno. En ese sentido, debemos pedir cuentas por las razones que motivaron los recortes presupuestarios en el MIDA, cuando existen derroches en otras esferas del Estado en proyectos de menor importancia que la comida.
Eso, reiteramos, necesita una explicación. Porque temas como la comida deben ser prioridades para las autoridades y para todos en el país. La política alimentaria tiene el potencial de cambiar la forma de pensar de los ciudadanos y la forma de gobernar de los funcionarios. Porque si lo hacemos y exigimos posiciones consecuentes, estaremos forjando las bases para un país autosuficiente en comida. Un tema vital cuando de hambre se trata, al conocerse la experiencia de otros países sobre los riesgos cuando la comida escasea. Posibilidades apocalípticas que no queremos siquiera imaginar.