Mi Opinión sobre los Baños Fríos
Me preguntan qué pienso de los baños fríos, del ritual sagrado de meterse en tinas llenas de agua fría, incluso en baldes con hielo.
Empiezo por decir que cuando era niño veraneaba mucho en Penonomé y La Pintada, y muchas veces me llevaron a ríos dentro de la montaña con agua fría. Nada desafiante, pero eran fríos. Más tarde cuando estudiaba en Wisconsin, en una ocasión durante la primavera me zambullí en las aguas de Green Lake, y esa agua sí estaba helada. De verdad fue como una terapia térmica de choque.
Ahora, meterse en agua fría se ha convertido en un espectáculo, incluso en un culto, y sin duda, en un negocio.
En las redes sociales, artistas famosos, atletas destacados e influencers se lanzan a tinas heladas con un control de la respiración casi monástico y trajes de baño de marca. Los especialistas en bienestar prometen descargas de dopamina y curas para la inflamación, promocionando bañeras de hielo que cuestan un dineral.
Se cree que los guerreros vikingos utilizaban la exposición extrema al frío para inducir estados mentales alterados antes de la batalla. Y después, se purificaban en ríos helados, limpiando cuerpo y alma antes de regresar al hogar. En toda Escandinavia, este ritual se ha transmitido de generación en generación como una forma de entrenar al cuerpo para oscilar entre extremos: derretirse y congelarse, quemarse y fortalecerse. Incluso los antiguos egipcios usaban el agua fría con fines terapéuticos, e Hipócrates lo recetaba para la fatiga.
No obstante, en Canadá, se calcula que cada Año Nuevo mueren alrededor de 200 personas por inmersión en agua fría, la mitad de ellas durante actividades recreativas.
Entonces, ¿es esto realmente una medicina ancestral? ¿O un espectáculo moderno? ¿El frío nos cura o simplemente congelamos otra tradición para conseguir clics?
Ante todo, permítanme decir esto: no soy médico y hablo por experiencia propia y por lo que he aprendido desde aquella inmersión en Green Lake. El baño de agua fría es una descarga que pone a prueba el protocolo de emergencia de tu sistema nervioso, y si no lo respetas, te castigará. La inmersión consiste en sumergir el cuerpo en agua fría, que suele estar entre 5 °C y 15 °C (40 °F y 60 °F), durante un periodo corto y controlado. Puedes practicarla a diario, cada dos días, una vez a la semana o una vez en la vida. Y, desde luego, no necesitas una bañera de hielo de acero inoxidable de 20 mil dólares con sistema de filtración incorporado. Puede ser tan sencillo como una ducha fría, sentarse en una tina llena de agua fría y cubitos de hielo, o, como a mí me gusta, meterme por unos segundos en un lago glacial durante un viaje cualquiera. Al frío simplemente no le importa la estética.
Para quienes la prueban por primera vez, incluso una exposición de 30 segundos al agua entre 13 y 15 °C (55 y 60 °F) es suficiente para provocar una reacción en todo el cuerpo. Ese es el punto de partida. Con el tiempo y la repetición cuidadosa, se puede desarrollar tolerancia.
Para mí, el momento importa. Y también la intención. Porque cuando mi abuela me llevaba al río Harino arriba en el Copé de La Pintada, no lo hacía para perder grasa abdominal. Lo hacía porque me enseñaron que el agua fría reconstituye y desintoxica. Hay algo ancestral y el sistema nervioso lo agradece.
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